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Abebe Bikila, vida, triunfo y tragedia

Fue impulsor de los corredores africanos que irrumpieron en las carreras de larga distancia, un héroe en su país. Su vida fue un éxito deportivo y como muchas veces sucede, su existencia terminó en tragedia.

Me refiero al etíope Shambel Abebe Bikila, primer africano en subir a lo más alto del podio por ganar una medalla de oro en los Juegos Olímpicos, en la extenuante prueba de maratón. Posteriormente se convertiría en el primer hombre en ganar en forma consecutiva, dos veces esa prueba en ese evento.

¿Cómo se adjudica su primera presea dorada? Corría el año 60 del siglo pasado y Roma era sede de los Juegos Olímpicos. La carrera de maratón, con la cual concluyen las pruebas de pista y campo, empezaba en la Colina Capitolina y terminaría en el Arco de Constantino, el recorrido de más de cuarenta y dos kilómetros comprendía las principales calles de la Ciudad Eterna, como la Vía Apia y, los participantes pasaban por monumentos históricos que existen en esa legendaria ciudad.

En el pelotón había un africano veinteañero, que empezó la carrera con zapatillas nuevas, las cuales no le acomodaron y decide correr descalzo, ante la sorpresa de los competidores y del público. Grande fue asombro de la gente cuando el etíope, con los pies desnudos, atravesó la meta en primer lugar.

Cuatro años después repite su hazaña en la ciudad de Tokio, Japón. Esta vez corre con zapatos de marca.

En su natal Etiopía, Bikila fue soldado, ascendiendo varios grados hasta obtener la categoría de teniente. Fue un ídolo en su terruño y un estadio de Addis Abeba, la capital, lleva el nombre del malogrado héroe.

Pero, una fatídica noche en marzo de 1969, la fortuna le volteó la espalda y sufre un accidente cuando su Volkswagen vuelca aparatosamente y el fondista queda atrapado en el interior, hasta ser rescatado y llevado al hospital de la Guardia Imperial. Las severas lesiones lo dejaron tetrapléjico, es decir, paralizado del cuello hacia abajo. Nunca más volvió a caminar.

Por los graves traumatismos fue llevado a un sanatorio inglés, donde estuvo ocho meses, siendo visitado por la reina Isabel.

En la clínica mejoró, recuperando el movimiento de los brazos. En octubre de 1973, sufre una hemorragia cerebral, como consecuencia del accidente, falleciendo a la temprana edad de cuarenta y un años. Fue enterrado con todos los honores en la iglesia de San José, ubicada en la capital de Etiopía, y sus restos descansan en una tumba sobre la cual hay una estatua del fondista.

La muerte siempre es traidora: nunca tiene día ni hora para llegar. Y, muerto el hombre más celebrado, a los diez días, es olvidado. La vida es así. Mérida, marzo de 2024.

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