Con motivo de las fiestas guadalupanas de cada diciembre, y siendo el pueblo mexicano fervoroso creyente de la Virgen de Guadalupe, consideré necesario hacer una reflexión sobre la mujer que trajo al mundo a Jesucristo: María, una judía nacida en Nazaret, provincia de Galilea, cuyos padres fueron Joaquín y Ana.

Aunque no se puede precisar con exactitud la edad que tenía cuando nació el Hijo de Dios, ésta oscila entre 15 y 20 años. De acuerdo a la ley hebrea, estuvo casada con el artesano José. Según el Nuevo Testamento, es quien da vida a Jesús.

Mucho se ha especulado acerca de su doncellez, sin embargo, San Mateo manifiesta que María concibió virginalmente al Mesías cumpliendo así la predicción de Emmanuel que señala: “Habiendo concebido por obra del Espíritu Santo, da a luz a un hijo a quien pone por nombre Jesús”.

La castidad de María fue puesta en duda, hasta que en el Concilio de Letrán se estableció en definitiva y para siempre su pureza, por lo cual quedó libre de todo pecado o mancha original, ese principio se llama el Dogma de la Inmaculada Concepción convirtiendo a María en modelo de fe y santidad siendo venerada no solo por el cristianismo, sino por el islam y muchas religiones más.

No hay que olvidar que como amorosa progenitora vio el suplicio de su hijo, estando al pie de la cruz, con resignación y sufrió como solo una madre puede sentirlo; también fue testigo de la resurrección.

Sus últimos años los vivió en Éfeso, ubicado en la actual Turquía, donde falleció.

Así, todas las vestales que aparecen en diversos lugares y adoptan diferentes nombres, como la Virgen de Fátima, de Medjugorje, de Guadalupe, todas son la misma, con diferentes características y milagros. ¡Porque madre solo hay una!

Que Dios conserve a la mujer, el único ser a quien el Todopoderoso le dio el privilegio de dar vida.

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