Skip links

Manolete, de mortal a una leyenda

Punto de Vista… toros

Por Rafael J. Ramos Vázquez (*)

Jueves 28 de agosto de 1947.

Una corrida esperada en la monumental plaza de Linares, en Jaén, España, con el letrero colgado en las taquillas “no hay billetes”.

Una fecha y lugar que el mundo de los toros nunca olvidará. Ese día, un astado que sale como quinto de la tarde sería autor de un hecho que convertirá a un hombre en leyenda.

Suenan los clarines y se abre la puerta de cuadrillas. Ante una plaza repleta aparecen Rafael Vega de los Reyes “Gitanillo de Triana”, Manuel Rodríguez Sánchez “Manolete” y Luis Miguel Dominguín. Toros de la ganadería de Eduardo Miura.

El cordobés parte plaza por última vez con la misma montera que usó siempre, parte de su superstición.

Los toreros son así. Entre los grandes atributos que poseía “El Califa de Córdoba”, uno era ser precisamente un estoqueador consumado, perfecto a la hora de la suerte suprema; poseedor de una técnica impecable, la cual dominaba magistralmente.

Nadie se explica la cornada. Siempre he pensado que cuando un torero es empitonado, en el noventa por ciento de los casos es precisamente por error, descuido o culpa de él mismo. Cuando sale su segundo toro, Manolete le cuaja una faena, como siempre, por encima de la capacidad del burel. Parecía una lidia normal, nada presagiaba una tragedia.

Al final Manolete se perfila para realizar la estocada, se cuadra, levanta la espada cuyo acero resplandece en el sol y el toro espera. La suerte de matar es un acto que dura solo unos instantes, pero algunas veces parecen eternos. Manolete embiste con el estoque en la diestra y el Miura levanta la cabeza y pega la cornada.

No estuve en ese momento, pero las crónicas señalan que el matador cometió un desacierto: ejecutó la suerte muy lentamente y eso le dio tiempo a “Islero” de levantar la testuz y penetrar con su afilado pitón el muslo derecho de su verdugo, que lo hace girar sobre el cuerno y caer de cabeza. Le había infringido una herida de 15 centímetros hacia arriba y 10 centímetros hacia abajo aproximadamente.

La sangre surge a borbotones, la arena se tiñe de rojo; su cuadrilla sale inmediatamente en su auxilio, el toro no hace por él. Es cargado y llevado a la enfermería, por la rapidez, los que lo llevan equivocan el camino. Momentos vitales, la herida continua emitiendo grandes cantidades de fluido bermejo. Cuando al fin está en la sala de curación de la plaza, el doctor Fernando Garrido se percata que la herida es grave; el asta había penetrado en el triángulo de Scarpa o triángulo femoral, por donde pasan estructuras nervio vasculares importantes, arterias, venas y nervios que irrigan las extremidades inferiores.

Se da cuenta el facultativo que la femoral, el principal vaso sanguíneo de esa región, y la vena safena están destrozadas. Procede a realizar la intervención quirúrgica con toda premura. Sabe que la vida de Manolete está en sus manos. Es necesario que le trasfundan sangre para recuperar la que ha perdido; ha sido bastante y el torero recibe el vital líquido de personas que estaban dispuestas a donarlo.

Larga operación

Durante 45 eternos minutos, lo que dura la operación, el facultativo lucha contra la muerte, y ésta reclama la vida del torero, pero las diestras manos y los conocimientos de Garrido, hacen que la operación sea un éxito.

El torero está estable, lo peor ha pasado; sin embargo, el parte médico indica: pronóstico, muy grave. Ahora sólo es vigilar la evolución.

Se ordena su traslado a la clínica más cercana, tarea que se realiza transportando a pie por los enfermeros la camilla con el torero. Ya en el hospital el cordobés se recupera de la anestesia, pidió un cigarrillo, lo fumó y le comentó al doctor: “De verdad Islero quería que yo lo acompañe en la muerte”.

Se espera el arribo del médico de la plaza de Las Ventas, doctor Jiménez Guinea, quien por carretera viajaba hacia el lugar del siniestro, llevado por “Gitanillo de Triana”. Ese médico llega al amanecer y después de una valoración ordena que se le transfunda un plasma que había traído, a lo que el doctor Garrido aconseja que no se haga, prevaleciendo el criterio del facultativo venido de Madrid.

A los pocos minutos de realizarse la canalización del plasma, Manolete sufre un choque anafiláctico; su organismo rechaza el plasma y fallece. Eran las 5 de la mañana con 17 minutos del viernes 29 de agosto, momento a partir del cual Manolete pasa a ser una leyenda.

Considero que la muerte de Manolete fue una yatrogenia: la herida que sufrió era grave, pero no mortal, ya había sido operado exitosamente y se encontraba estable. La aplicación del plasma fue el elemento que le causó la muerte, sin que exista certeza u otra circunstancia a la cual pudiera atribuirse ese desenlace. De un acontecimiento, la utilización de la linfa, se supo mucho tiempo después.

A José Tomás en Aguascalientes el toro “Navegante” le infringió una cornada similar, igual de grave y con el mismo diagnóstico; llegó casi desfallecido a la enfermería, donde igual fue transfundido con varios litros de sangre, sin embargo la operación realizada por doctores mexicanos fue un éxito. El de Galapagar después de esa cornada está vivo. Claro, entre una y otra hay muchos años de diferencia y la ciencia ha avanzado durante ese tiempo a pasos agigantados.

Me pregunto: si no le hubieran transfundido ese plasma a Manolete, ¿cuál habría sido la historia?

Abogado y empresario.

Return to top of page