La elección del papa Francisco
PUNTO DE VISTA… RELIGIÓN
Es 13 de marzo de 2013, en el interior de la Capilla Sixtina, los príncipes de la Iglesia Católica en cónclave eligen a un nuevo Vicario de Cristo.
Como parte del protocolo y en representación de todos los cardenales, Giovani Battista pregunta al electo sucesor de Pedro: “¿Con qué nombre quieres ser llamado?”, el nuevo Papa contesta: “Me llamaré Francisco”.
A continuación, el cardenal protodiácono, el francés Jean Louis Taurán, desde el balcón central de la Basílica de San Pedro, pregona a los fieles reunidos a Roma y al mundo lo siguiente: “Os anuncio con gran gozo ¡tenemos Papa! El eminentísimo y reverentísimo señor don Jorge Mario de la Santa y Romana Iglesia, cardenal Bergoglio, se ha impuesto el nombre de Francisco”.
Para muchos, es una sorpresa que por primera vez un nacido en el continente americano, jesuita, sea seleccionado y además haya escogido ese nombre nunca antes utilizado.
Ese obispo de Buenos Aires, que vivía en forma austera, modesto, que en las reuniones de sus iguales se sentaba en las últimas filas, cuenta parcialmente tiempo después de su llegada a la silla de Pedro cómo se dio su elección.
“Durante las elecciones estaba a mi lado el cardenal Claudio Hummes, un gran amigo; y cuando las votaciones estaban cerradas, él me confortaba. Cuando los votos subieron a dos tercios, hubo el acostumbrado aplauso porque había sido elegido. Me abrazó, me besó y me dijo: ‘no te olvides de los pobres’. Y tras esa palabra (pobres) pensé en San Francisco de Asís, un hombre de paz”.
El Santo Padre escoge a ese mártir que siendo de familia rica, gozando todas las comodidades de su abolengo, decide vivir en la pobreza, cumpliendo con los cánones de la fe y predicando los evangelios.
En la elección de Joseph Ratzinger hay un dato especulativo que describe la modestia de Francisco: Él era un fuerte candidato y la votación estaba cerrada; en un acto de humildad suplica a los cardenales que no voten por él y pide que voten por el alemán, quien se convertiría en Benedicto XVI.
Pero en el siguiente cónclave estaba escrito el designio de Dios y como dice el refrán: “cuando es para ti, ni que te quites; y cuando no, ni que te pongas”.
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