Chernóbil, una catástrofe nuclear imperdonable
El 26 de abril de 1986 es una fecha que la gente de Ucrania recordará siempre. Ese día, en la planta de energía atómica llamada Lenin, situada a pocos kilómetros de la ciudad de Chernóbil, se realizó una prueba en el reactor número cuatro.
Los astros se alinearon negativamente, el factor humano falló, en la sala de control las alarmas se encendieron en forma preocupante; los ingenieros pretendieron desesperadamente dominar la situación, esta se les salió de las manos.
Se escucharon fuertes ruidos, explosiones, el sobrecalentamiento fue incontrolable y la cubierta del reactor con un peso de cientos de toneladas voló por los aires como cáscara de nuez.
Quedó al descubierto el núcleo del reactor, incandescente, ese mortal cilindro tenía en su interior 190,000 kilogramos de uranio, material altamente radioactivo que fue expulsado a la atmósfera, formando una nube que días después se extendió a parte de Europa y América del Norte.
Esos desechos radioactivos arrojados fueron 500 veces más tóxicos y potentes que los contenidos en la primera bomba atómica lanzada en 1945.
El gobierno soviético en un principio negó la catástrofe, pero ante la magnitud del accidente lo aceptó sin dar informes. Tiempo después se supo que los reactores construidos solamente en Rusia no tenían los estándares de seguridad necesarios.
El gobierno nunca proporcionó datos fidedignos de la tragedia. Las consecuencias a más de 35 años del suceso aún persisten. Sin embargo, ese siniestro evitó la construcción de más plantas de ese tipo y que el mundo entendiera el peligro atómico.
En el año 2000, los reactores de ese complejo dejaron de funcionar y la fábrica de energía atómica fue cerrada definitivamente.
Chernóbil significa “hojas negras”; lamentablemente, toda el área cercana no será habitable sino después de cientos de años. Hoy, la ciudad es una tumba radioactiva, un pueblo fantasma.
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