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Morphy, el genio del Siglo XIX

Punto de vista… Ajedrez

Rafael J. Ramos Vázquez (*)

El ajedrez, ese deporte, ciencia, arte, o todo junto al mismo tiempo, tiene muchas peculiaridades.

Una es que, quienes se enfrentan, pueden tener diferentes pesos, edades, masa muscular, características físicas dispares, etcétera, pero nada de eso importa para combatir en una partida o torneo, porque los oponentes tienen un elemento que es, a mi criterio, lo único que da la naturaleza y que diferencia a unos de otros, es como nuestra huella digital: el cerebro, la inteligencia. Es algo que se trae y no depende de la raza o herencia, obviamente como el cuerpo físico se puede desarrollar, pero es innato en cada individuo.

En cualquier deporte o ciencia existen personas que tienen cualidades naturales superiores a lo habitual en un campo determinado y se les llama “genios”. Gente por lo general excéntrica que rompe las reglas convencionales a las que llamamos paradigmas. No se les entiende, quizá porque están adelantados a su tiempo, o no son comprendidos por su alto nivel intelectual, son seres que poseen una mente o facultades privilegiadas, más allá de lo común.

Paul Morphy, nacido en Nueva Orleans, es el ejemplo clásico. Desde niño, viendo jugar ajedrez a su padre y a su tío, aprende sin que nadie le enseñe, desarrollando una capacidad asombrosa para ese deporte. De su vida existen muchas anécdotas. Una sucede cuando no había cumplido diez años. Un consumado jugador llamado Windfield Scott tenía la costumbre de recorrer la Unión Americana retando al mejor jugador local.

Para su sorpresa, cuando llega a Nueva Orleans le presentan a su contrincante, Paul, un niño de apenas nueve primaveras. Lógicamente pensó que era una broma y se estaban burlando de él. Acepta, sin embargo jugar, dos partidas contra el menor. Para su asombro ese infante le gana la primera y en la segunda el chiquillo, para sorpresa de Windfield, en plena partida, en un momento dado, le anuncia mate en seis jugadas. Ya se puede imaginar el lector la cara del señor Scott.

Otra proeza de Paul es que jugaba partidas a ciegas, de espaldas al grupo de oponentes que podían ser diez o más, ganando a la mayoría de los participantes. En el Viejo Continente hizo esa hazaña y los europeos quedaron impresionados. Al día siguiente de esa demostración, la prensa, comparándolo con el emperador romano Julio César, publicó en los rotativos: “Paul Morphy: vino, venció, pero sin ver”.

De Morphy se conservan cerca de 300 partidas jugadas durante el corto tiempo de su brillante paso por el tablero. Se puede decir que revolucionó las bases del ajedrez. Tenía un estilo original, poderoso, siempre activaba todas sus piezas buscando la mejor ubicación de cada una, poniéndolas la mayoría de las veces en posición de ataque, desarrollando un juego rápido y simple.

Su fortaleza siempre fue su juego posicional, muchas veces sacrificando piezas para lograr un mejor desarrollo en el tablero. Morphy le dio belleza y originalidad al ajedrez y es tal vez el jugador más preciso de su tiempo. La crítica lo considera el jugador más grande del siglo XIX, y para algunos conocedores probablemente el mejor jugador de todos los tiempos. Lamentablemente en 1859 se retira a los 22 años, no volviendo a jugar nunca más. Quizás la mejor época y el juego más brillante del americano nadie lo vio.

La parte triste de su vida es que con el paso del tiempo empezó a tener perturbaciones mentales y se le desarrolló la esquizofrenia, consistiendo esa enfermedad en tener delirio de persecución; imaginaba que lo querían matar o envenenar y por último afirmaba que jugaba con Dios, a quien le daba un peón de ventaja y el movimiento de salida.

Por ese terrible trastorno le pusieron el mote de “El genio maldito”. En 1884, fue hallado muerto en la bañera de su casa en Nueva Orleans, cuando solo tenía 47 años. Paul Morphy tuvo una vida vertiginosa con una mente frágil, pero brillante con la cual hizo poesía en los tableros. Mérida, Yucatán, septiembre de 2020.

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