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Un humilde inmortal

Guty Espadas Cruz y Guty Espadas Espinosa

Guty Espadas Cruz

Rafael José Ramos Vázquez (*)

¡Qué puedo escribir de Guty Espadas padre, que los grandes cronistas conocedores de boxeo no hayan dicho!

No hablaré de sus hazañas deportivas. Hablaré de su persona. Fui invitado por Guty Jr. a la ceremonia de entronización del Salón de la Fama del Boxeo del Estado de California. Independientemente de los récords personales de cada uno, está el hecho que ambos, como padre e hijo, fueron campeones mundiales, acontecimiento único en la historia del arte de Fistiana. Así, serían inducidos a ese recinto, el más importante, solo después del que se encuentra en Canastota, Nueva York.

Desayunamos el día de la ceremonia. Allá conocí personalmente Gustavo Espadas Cruz, Guty papá, de quien había leído los grandes momentos que vivió siendo campeón mundial de peso mosca, pero no lo había tratado en persona.

Me sorprendió su sencillez y la lucidez que tiene para recordar hechos y fechas, algo que no me esperaba de alguien que practicó un deporte tan rudo como el de las orejas de coliflor.

Platicamos de todos los personajes políticos, deportivos y artísticos que había conocido y con humildad reconoció que eso era algo que le agradecería a su fama. Pasamos un desayuno muy rico en hechos y situaciones curiosas.

Recordó cuando fueron recibidos como campeones mundiales en la residencia oficial de Los Pinos por el presidente López Portillo.

Asistieron el “Chato” Castillo, Miguel Canto y el relator, Guty papá. El Presidente platicó ampliamente con ellos y los retó diciéndoles que quería sentir en su brazo el golpe de un campeón mundial: los tres se miraron y el “Chato” era el único que estaba dispuesto a complacerlo, previa advertencia, preparándose con mucho entusiasmo a dar el derechazo. El jefe del Ejecutivo federal, cuando vio la cara de alegría del “Chato”, pidió que sea mejor Miguel Canto el ejecutor, tal vez sabedor que el golpe de Castillo dejaría su brazo morado e inútil por varios días. Así, anécdota tras anécdota, transcurrió sin sentir el desayuno, pletórico de grandes momentos, hasta que el tiempo hizo necesario concluir tan agradable convivencia.

Nos despedimos para encontrarnos nuevamente en el evento de entronización, que iniciaría a las tres de la tarde. Ese día los Espadas pasaron a la inmortalidad al ser exaltados al Salón de la Fama de California.

Gustavo Espadas Cruz me pareció un hombre sencillo, amable y sin pretensiones, y recalcó que todos esos momentos que había vivido se los debía a su fama.

Hay que recordar que la fama es lo que queda después que ya no hay aplausos, el fragor del campo de batalla se ha extinguido, las luces del ring se han apagado, y únicamente quedan vivos los recuerdos y el reconocimiento de la gente, que significa el éxito. Si hubiera Salón de la Fama de la Humildad, Guty Espadas papá, estaría también en él.

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