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Un mánager enemigo de los juegos perfectos

Realizar un juego perfecto es una hazaña que todo lanzador sueña conseguir. Pero esa joya de pitcheo únicamente la han materializado 23 serpentineros en las Ligas Mayores, entre cientos de lanzadores que han pasado por los montículos de las Grandes Ligas.

El grado de dificultad para ejecutarlo es sumamente alto. En palabras sencillas, la gesta consiste: cuando uno o varios pitchers lanzan durante nueve entradas, consiguen la victoria y los jugadores contrarios no logran embazarse, es decir, 27 bateadores igual a 27 hombres fuera, a ninguno se le permite poner sus spaics en base.

Entre los jugadores que han labrado esa proeza señalo a Cy Young, Don Larsen, Sandy Koufax, David Cone, Roy Halladay. Algunos de ellos se encuentran en el Salón de la Fama de Cooperstown.

Como dato curioso, aunque por definición el juego inmaculado puede ser efectuado por más de un lanzador, todos los perfectos han sido consumados por un solo pítcher. Sin embargo, ¿quién puede acabar con esa hazaña?

Puede ser el propio lanzador al otorgar una base por bolas, o el compañero que comete un error a un batazo o, el imparable conectado por un contrario. Todos los que pueden mancillar la perfección están en el campo.

Sin embargo, un mánager ha demostrado que no es necesario tener un bate en la mano o cometer un yerro en el campo para estropear un posible juego perfecto.

Es increíble que desde la propia caseta, con una orden, se deje escapar esa posible presea. Dos lanzadores de los Dodgers, Rich Hill en la loma ante los Marlines de Miami, y Clayton Kershaw, en el montículo ante los Mellizos de Minnesota, estando lanzando sendos juegos impolutos hasta la séptima entrada, en la que sin ninguna razón lógica, fueron removidos del montículo.

El autor de esa funesta determinación es Dave Roberts, mandamás de los angelinos, quien en el año 2016 establece como mánager el récord de la mayor cantidad de cambios de serpentinero en una temporada con 606.

Roberts, sentado en la banca, les arruinó su labor perfecta y los privó de la posibilidad de entrar al libro de oro de los récords.

Tuve la oportunidad de ver el juego que lanzó Hill. Todos los presentes en el estadio no dábamos crédito de esa orden, cuando en la octava entrada el zurdo no caminó hacia el centro del diamante. Los relevistas, en ambos juegos aceptaron imparables, echando por la borda la perfección.

Sobre la conciencia de Roberts quedarán esas decisiones que privaron a sus lanzadores de la oportunidad de alcanzar el sueño de todo pítcher: un juego perfecto. Mérida, septiembre de 2022

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